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Sobre el poemario Desamar es mi oficio, de Jorge Eliécer Ordóñez

Desamar es mi oficio

SOBRE EL POEMARIO DESAMAR ES MI OFICIO, DE JORGE ELIÉCER ORDÓÑEZ

Por Álvaro Pérez Sastre

 

Los poemas de Desamar es mi oficio, último libro de Jorge Eliécer Ordóñez, dan cuenta de la madurez alcanzada por el autor caleño como poeta. En estos textos, Ordóñez se vale de un lenguaje depurado y una expresión contenida, construyendo imágenes precisas y a menudo deslumbrantes. Se trata, sobre todo, de poemas sobre “la ciudad envilecida”, asediada por la delincuencia, habitada por desplazados, vagabundos y fantasmas; también, de viñetas con motivos de la naturaleza y de poemas donde las fuerzas naturales están desatadas o parecen estar a punto desatarse; y de textos en los que Ordoñez nos permite entrar en su vida cotidiana u ofrece alguna reflexión. En los poemas de Desamar es mi oficio aparece con frecuencia algún elemento amenazante, de ahí que lo amenazado tenga el carácter de persistencia casi milagrosa, de halo de luz en la penumbra.

Cabe preguntarse el sentido del título del libro, teniendo en cuenta que de sus 58 poemas —doce de ellos en prosa— pocos tienen como temática el desamor. ¿Cuál es, pues, el oficio de desamar? ¿Cuál es el oficio de este poeta? Me parece que el oficio del que nos habla Ordóñez consiste en contemplar la realidad e iluminarla mediante un quehacer poético desprovisto de barroquismos, hermetismos o excesos de ningún tipo. El poeta enciende una linterna que desnuda la realidad, que hace patente la gracia de lo real pero también la desgracia. El oficio del poeta es un desamor en tanto que no aspira a la idealización característica del amor, es un oficio que revela a un tiempo las luces y las sombras. En los poemas de Ordóñez subyace esta honestidad: lo poético y lo prosaico, lo bello y lo feo, la vida y la muerte se hallan entreverados; lo poético, lo bello y la vida están ahí, pero son precarios —están bajo amenaza—. Y el oficio del poeta consiste en hacer patente dicha precariedad. 


 MI CIUDAD

 

Es la novena más violenta del mundo:

aparece en las redes un muchacho encapuchado,

con revólver,

su mirada, un destello de sombra en la pupila.

Atrás las casas menesterosas sobre el abismo

y un hilo de agua que en cualquier invierno

puede llevarse una pequeña tribu

 

Camino por sus calles

y me parece mentira porque en el parque

juega el samoyedo con el pellar,

le da vueltas al tiempo la adolescente

en su bicicleta de aire

 

Cuando la tarde se inclina, mansa sobre las estatuas

vuelven las parvadas de guacamayas

a buscar su palma de corozo

 

Hay tanta calma que a lo lejos

como si fuera una ajena pesadilla

se escucha el sordo golpeteo de las ráfagas. 

 

 

CICLISTAS DE LA NOCHE

Minuto a minuto, yerba a yerba, pedalazos hacia el infinito. Saben que una medalla es nada, pero en la ficción del mundo lo es todo. Sin embargo, estas bellas mujeres de la noche, estos hombres que corren a su lado, no buscan otro premio diferente al deseo. Lo suyo es avanzar abanicados por el viento nocturno, dejar un poco atrás la ciudad con su apretado ritmo. La noche abrasadora llena el ámbito de estrellas y luciérnagas; pero también la noche es el cuchillo, el paso atolondrado del bandido que alebresta el silencio con las aspas de su corazón petrificado. A pesar del terror los ciclistas de la noche siguen el rumbo como si fueran ángeles en caballos metálicos. Detrás de la alambrada los mira pasar el zorro fugitivo. Ciclistas de la noche, extraña tribu que avanza bajo los árboles con la hermosa ilusión de volver a casa   

 

 

PREMONICIÓN

 

Esa quietud de todo

                                             en el aire espeso

                                             sin vuelo de palabras

                                             preludio acaso

de una oscura tragedia

 

Palpo los volúmenes 

en el laberinto de la madrugada

Ninguna llave oculta

ningún fulgor orientando los rostros

 

Solo esperar el ritmo de las cosas

la violenta sacudida de la tierra

 

 

Jorge Eliécer Ordóñez Muñoz. Cali (Colombia). 1951. Poeta y ensayista colombiano. Ha publicado, entre otros, los siguientes poemarios: Exiliados del Arca, (2008); Manuscrito de Sísifo, (Premio Nacional de Poesía UIS, 2013); Cuerpos sobre campos de trigo (Premio Eduardo Cote Lamus, 2014); La Tarde no cae (Finalista Ministerio de Cultura de Colombia, 2015); Los murciélagos tienen su propio sol (2022); Agosto es mañana (2023) ; y Desamar es mi oficio (2024). En ensayo: La Fábula Poética en Giovanni Quessep, Novelas colombianas desde la Heterodoxia (2015) y la antología Desde el Umbral, Poesía Colombiana en transición, tomos I y II (2004 y 2009). Asimismo, ha escrito la novela Portada al mar (2024).

 

Álvaro Pérez Sastre. Poeta nacido en Cali (Colombia). Es comunicador social – periodista y magíster en filosofía. Se ha desempeñado como editor, docente universitario y consultor en proyectos de comunicación en el marco de iniciativas de desarrollo social en Colombia. Es autor de los poemarios Conciencia de la espera (Lima, Catavento, 2018) y Las limitaciones de tiempo-espacio  (Bogotá, Tierra Media, 2023). Es el actual editor de Plantígrados. Revista de poesía, cuento y Minificción del Suroccidente Colombiano.    

 

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