Plantígrados presenta a continuación una selección de seis textos de la minificcionista española Elena Bethencourt.
EL CAMBIO
Me aburría la vida acomodada con tantas cenas de sociedad y personas vacías. Deseoso de un cambio, decidí probar eso que llaman «abrir el corazón» y dejé el mío de par en par. Entraron unos niños hambrientos primero, luego mujeres desamparadas, hombres sin techo, obreros sin sueldo. Me divertía aquella algarabía de gente vulgar con problemas cotidianos, pero —pasados unos meses— perdí el interés y les pedí que se marcharan. Como no querían, cerré las puertas y los dejé dentro. Ahí siguen, haciendo ruido.
Para mí ha sido un gran cambio, ahora finjo no oírlos, antes solo fingía no verlos.
TRES COSAS EN LA VIDA
Y en aquel mundo tan cambiado, las mujeres daban a luz libros de los que crecían rosas. De las rosas brotaban niños lectores que se convertían en árboles cuyo fruto eran hombres que amaban a mujeres que, al sembrar palabras, engendraban libros…
CRUZAR LA RAYA
La raya blanca apareció de la noche a la mañana y dividió la ciudad en dos. El alcalde dijo que aquello era una señal y que no debíamos cruzarla. ¿Y quiénes éramos nosotros para contradecirle?
A un lado quedó la farmacia, la carnicería y el parque. Al otro, la plaza, la panadería y el hospital. A la izquierda, la escuela, el gimnasio y la taberna. A la derecha, la iglesia, la piscina y el cementerio.
Al principio nos lamentamos: que sin hospital cómo íbamos a vivir, que sin cementerio cómo íbamos a morir, que sin plaza dónde celebraríamos la fiesta, que sin cura quién nos iba a casar…Pero con el tiempo llegamos a acostumbrarnos. Los que se quedaron sin escuela enseñaban a los niños en casa y se automedicaban en la farmacia. Los de mi lado aprendimos a vivir sin carne y nos consolamos pensando que, al menos, teníamos pan.
Así vivimos muchos años hasta que un iluminado nos llamó imbéciles: «¿No veis que es solo una línea de tiza y que si queréis, la podéis barrer o cruzar?»
Esa misma noche, cientos de hombres y mujeres de ambos lados nos colocamos a lo largo de la raya, enterramos al iluminado y construimos el muro que ahora atraviesa la ciudad.
EL TRATO
Antes de ver lo que Arturito, el repetidor, llevaba en su caja de compases, acepté cambiársela por la mía. Primero pusimos dentro las cosas que nos dolían y nos comprometimos a llevar la carga del otro, seguros de que la nuestra era peor.
En mi caja metí el beso que Lucía —mi Lucía— le dio a mi vecino y la noche en que mi padre se fue. Al abrirla, Arturito se sintió huérfano de repente y se volvió desconfiado como yo.
En mi caso, desde que abrí la suya —hace ya tres años— estoy en quinto, coladito por los huesos de la maestra, dispuesto a repetir curso eternamente, sufriendo lo indecible por amor.
LA TRAGAFUEGOS
Hay lugares donde es prohibido morir. En Jiangxi por ejemplo, las tierras se destinan para cultivo de arroz, en Longyearbyen la congelación perpetua del suelo impide a los cadáveres descomponerse, Itsukushima es terreno sagrado para el sintoísmo y debe mantener su pureza, Sellia lo impide por decreto para evitar que el pueblo desaparezca, en Sarpourenx ya no hay espacios disponibles en el cementerio. Y en este microrrelato, el narrador carece de experiencia redactando velatorios y funerales.
LENGUAS VIVAS
Me quedo mirándola sufijo a los ojos y me siento el sujeto más predicado del mundo. Con voz pasiva le susurro lo adjetiva que es. Ella, muda como una hache, me analiza sintácticamente. Mientras intento adivinar en su elipsis si también desea una oración copulativa, me da una oclusiva bilabial sonora que volvería apócope a cualquiera. Luego, se quita lentamente la tilde y la deja en el suelo. Yo también. Acerca su verbo al mío y nos conjugamos enteros con suavidad. Al rozarle las diéresis se vuelve esdrújula. A mí se me sustantiva el morfema y me pongo gerundio como un nominal. Tras mil complementos circunstanciales de modo, llegamos —entre interjecciones— al glosario y caemos léxicos sobre las sílabas blancas.
Soy un semántico y la acurruco entre mis párrafos para recitarle un fonema. No le gusta la subordinación de los pronombres «tú» y «yo», me dice. Recoge su tilde del suelo, se la pone y se va: ya ha diptongado, así que me deja hiato.
Me quedo dativo con la mirada perdida en el nexo, recordando su desinencia, maravillado por la sintaxis tan singular del género femenino.
Elena Bethencourt. Islas Canarias, España. Es licenciada en Filología y docente. Ha ganado más de medio centenar de certámenes literarios, entre los que destacan el Premio Nacional de Poesía Infantil “Charo González”, Cuentos de Navidad de Zenda, Carmen Alborch de microrrelatos, “Relatos con banda sonora” de la Cadena Ser, el Premio Iscariote al mejor libro de microrrelatos publicado en España en 2023 y el Premio Nacional de Poesía Infantil “Luna de aire”. Sus obras aparecen en más de una veintena de antologías y revistas literarias. En 2023, publicó Cuando se derrama el mar, libro de ciento veintitrés microrrelatos que obtuvo el Premio Iscariote. En junio de 2024, la editorial SM publicó Minimundos, poemario infantil ganador del Premio Nacional “Luna de aire”. De pequeña escuchaba embelesada a su abuela recitar de memoria romances infinitos, fascinada por la música que manaba de las palabras.