Presentamos a continuación una selección de nueve textos de la minificcionista española Sara Coca.
INFORTUNIOS
En casa todos ocultan que mi hermano escucha a las piedras. Asegura que entiende su lengua silenciosa. Por eso a veces llora si algún pedrusco le cuenta que está lejos de su casa o ríe con alguna melodía conocida.
Madre lo mira con ojos acuosos al verlo amontonar piedras del río. Todas juntas, como si fueran un clan. Padre, evita decir nada. Teme lo que será de mi hermano en el futuro y piensa que todo es culpa de los mimos maternos. Pero gracias a las piedras seguimos en contacto. Yo se las acerco desde las profundidades y las dejo a su alcance con mi voz dentro.
MENOSPRECIO
Solo puedo encogerme de hombros y esperar a que oscurezca para iluminarte. De día eres tú quien logras que yo brille. Estoy alegre sin venir a cuento, incluso canto. Demasiado tiempo solo, repiten mis supervisores por videollamada. Pero nadie se ha dado cuenta de que las luces del faro son otras, que traduzco versos a señales luminosas para comunicarme contigo. Tampoco saben que me respondes con los movimientos rítmicos de tu cola de pez, felices de saber que nos entendemos. Un mito, piensan que eres, como creen que los robots carecemos de sentimientos.
TEDIO
A Sherezade se le agota la imaginación. Tras más de mil y una noches de cuentos, desea que la muerte ponga fin a su agotamiento. Le duele la garganta, la espalda y apenas tiene fuerzas tras lidiar con tantos nietos durante todo el día. Así que esta noche le relata al sultán Shahriar el final de las narraciones. Pero el anciano se vuelve a dormir sin escucharla, como siempre.
INCOMPRENSIÓN
El abuelo oye mejor por el oído que no escucha. Asegura que percibe el sonido de las estrellas, las mareas e incluso la respiración de esas aves que sobrevuelan nuestra casa. Pero todos creen que escucha lo que quiere y solo habla con el gato.
Lo cierto es que por el oído sano le llega el ruido del mundo, sin certeza alguna. O eso me cuenta mientras acaricia al felino que mueve las orejas al compás de sus palabras.
Yo, sin embargo, prefiero el silencio, aunque sea una quimera. Salvo el abuelo, los demás desean que aprenda a decir mamá y papá lo antes posible.
LA MELODÍA PERFECTA
Todos creen que el director de orquesta se volvió loco. Dejó de comer. Lanzó botellas repletas de mensajes al mar y quemó las cartas de navegación entre sus partituras.
El día del naufragio, a nadie le sorprendió verlo con su mejor traje sobre la proa antes de abrazarse al timón con el ansia de un huérfano. Subimos a los botes sin que nos escuchara y huimos.
A lo lejos se le ve feliz rodeado de tantas olas que siguen el ritmo de su batuta.
EL PENITENTE
A veces mi hermano reza el rosario como si tuviera fe. Desliza sus dedos agrietados por cada una de las 59 cuentas y vuelve a empezar. En eso consiste su arrepentimiento.
Otras veces nos visita para asegurarse de que seguimos justo donde nos dejó: su mujer bajo el castaño y yo en la ciénaga. Y a cada uno nos suplica siempre lo mismo, que lo dejemos vivir en paz, así sin más.
LA MALDICIÓN
En su imaginación anidan delfines desde que su cabeza es un acuario. Salta de una idea a otra sin lógica y a veces entre sus lágrimas se escapan carpas de colores. Nadie comprende esa felicidad salada que le aflora cada vez que sube la marea. Debió ahogarse como el resto, pero ahí sigue, con la barca oxidada y su sordera a cuestas.
EL HIJO DE NEPTUNO
Tú serás marino, le repetía su padre. Pero se hizo comerciante y tendero y vagabundo. Sin embargo, algo del hombre que había imaginado su padre le acompaña porque siempre que vislumbra la costa se disfraza del sueño de su progenitor e imagina que mar adentro su padre por fin se siente orgulloso de él y lo mece al compás de las olas.
Desde su posición resulta imposible distinguir la gran longitud de la última ola.
CELEBRACIÓN
Alguien debería decirles que no hagan tanto ruido. No se puede dormir aquí, se queja mi hermana. La abuela asiente y la tía Priscila responde que esta vez le toque a otro. Me levanto con esfuerzo y me acerco a la puerta. Grito que se callen, que no nos dejan dormir y que queremos silencio.
Déjalo ya, salta mi abuelo, celebran nuestra noche a su manera y no se callarán hasta el alba.
Es inútil, dice: los vivos no oyen.
Sara Coca. Sevilla (España). Periodista, gestora cultural y posgraduada en Escritura Creativa. Ha publicado los libros Puentes, Micromundos, A qué sabe lo que somos, No quieras saber tanto, Desubicados: microficciones audiovisuales y Caóticos. Ha sido incluida en numerosas antologías de microrrelatos, entre las que se destacan: Resonancias, Brevirus, Historias mínimas, Brevestiario, Microfantabulosas, Minimundos y Equilibristas: nuevas voces del microrrelato en español. Ha publicado en revistas como Conexión NorteSur, Microtextualidades, Relieves, Brevilla, Plesiosaurio e Infolibre; algunos de sus microrrelatos cuentan con traducciones al húngaro. Ha obtenido asimismo diversas menciones y premios, como el I Premio Internacional de Microrrelato de la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria y el Proyecto MiRed 2020, y el I premio de Microrrelato Ciudad de Dos Hermanas 2021. Forma parte del Colectivo Internacional de Minificción y de la Red de Escritoras de Microficción (REM).