Voces de Latinoamérica

Nueve minificciones de Paola Tena

Minificcionista mexicana Paola Tena

Presentamos a continuación una selección de minicuentos de la minificcionista mexicana Paola Tena.

EN LA VIDA ENTERA

La bala abandonó el cañón del fusil. Avanzaba lenta hacia el condenado, y le dio tiempo de huir con el grupo de rebeldes junto a los que se había levantado en armas. Se escondió en una aldea cercana, raptó a la ahijada del cura y lo obligó a casarlos. Escaparon en un caballo robado y pasaron por campesinos en un pueblo donde no les hicieron preguntas. Le pusieron una azada en una mano, pero con la otra cogió un saco de monedas de oro que encontró bajo el colchón de la viuda dueña de la finca. Se pagó un pasaje hacía el otro continente, donde fue traficante de esclavos. Se enamoró de una mulata fuerte que lo llenó de hijos a los que les contaba historias increíbles de guerra y sangre. Murió de viejo en los brazos oscuros de su mujer, casi sin sentir la bala que le atravesaba limpiamente la frente, mientras el pelotón de fusilamiento lo veía caer con una sonrisa en los labios, viviendo lo que no iba a ser.

INSTRUCCIONES PARA VOLAR

Mi madre me enseñó a usar las alas. La fuerza para desplegarlas, el empuje que inicia el vuelo, el método para elevarse sin miedo. El día señalado abrió la puerta de la jaula, y dando sus últimas instrucciones me lanzó en un impulso final. Quizá para que no la viera llorar en nuestra despedida se dio la vuelta, y la miré de espaldas.

Sus alas estaban rotas.

 

VIAJES INTERPLANETARIOS

Sus deseos de comprarlo todo en Marte fueron la ruina de nuestra familia. Que allá una encuentra telas de mejor calidad, que si el pescado es más fresco y mira qué fabulosos ramos de flores. Pero al final ni flores, ni pescado ni telas. Cuando nació nuestro primer hijo, con su viscosa piel verde y ese par de ojos que casi le ocupaban la cara entera, por fin comprendí el porqué de su incontrolable afición por los viajecitos interplanetarios. 

(Finalista anual de la Cadena SER, España, 2021)

 

DRAGÓN

Lo apodan “Dragón”, porque escupe fuego. Los otros niños le temen, y lo observan reverentes desde el arcén. Se lleva un buche de gasolina a la boca, acerca a su cara un palo de madera con un trozo de tela ardiendo en la punta y lanza una llamarada al cielo. “¡Ah!”, exclaman, rendidos de admiración. Luego, con el rostro tiznado y la dignidad de un artista, camina entre los coches detenidos en la avenida, las manitas abiertas pidiendo aunque sea una moneda “por favor, su mercé”, hasta que el semáforo cambia a verde, y el niño se prepara para la siguiente función.

 

CAPILLA SIXTINA

Ahora ya vestido, se da cuenta de que es cierto lo que le dijeron los ángeles. No es lo mismo. Pasea de noche por las calles del Vaticano embutido en pantalones pitillo, la camisa de seda negra abierta hasta medio pecho como un gigoló. Enamora a las monjas trasnochadas, bebe grappa a morro en los bares de los barrios bajos y discute de teología con los turistas.

Pero no es igual que en las fiestas nocturnas de la Capilla Sixtina: cientos de cuerpos semidesnudos contoneándose al son de las arpas y las cítaras, rizos de cabello, sudor y telas vaporosas apenas cubriendo los torsos magníficos. Cuando vuelve de madrugada a la Capilla, se quita esa ropa ridícula y la oculta dentro de un hueco invisible en el muro. Sube al techo y en un acto de reconciliación, toca la punta del dedo de su enfurecido Padre, el único que nunca baja de su pedestal a gozar un poquito la vida.

 

SIETE DÍAS

 Dios, que ha vivido eternamente, es viejo y olvida con facilidad. Cuando despierta el primer día, abre los ojos y se hace la luz. El segundo, vuelven a su mente las imágenes de los mares y los cielos. Al tercer día, recuerda el tronco torcido del eucalipto, el rocío sobre la hierba, la suavidad de los pétalos. En el cuarto contempla la luna, y sonríe. Durante el quinto día evoca el cuerpo esquivo y blando de los peces, el vuelo errático de las aves. El sexto, rememora a un par de criaturas en todo semejantes a Él, que lo miran como si lo conocieran y le llaman padre. Pero el esfuerzo lo agota y, exhausto, se echa a dormir un día entero, olvidándolo todo.

Despierta al otro día como si fuera el primero, abre los ojos y se hace la Luz.

 

SOMBRAS MIGRANTES

Hay sombras que abandonan sus cuerpos durante la noche para huir del vientre estéril de la tierra, del olor a sangre recién vertida, sombras que navegan en barquitos precarios siguiendo la Estrella del Norte. Algunas saben nadar, otras no; esas a veces se hunden, se disuelven en el agua negra del océano, dejan de ser. Buscan el paraíso, pero ignoran que aquí tampoco serán libres. Aquí extenderán mantas en el suelo y las cubrirán de baratijas. Aprenderán solo un par de palabras de un idioma desconocido. Dormirán apretadas una contra la otra, para darse calor. No saben que en esta orilla evitamos su dolorosa transparencia, porque hace mucho que ya no son hombres, mujeres ni tampoco niños los que desembarcan en nuestras costas, sino sus restos exhaustos y casi muertos. Les tememos porque nos da pavor convertirnos, también nosotros, en sombras que se extravían cruzando el mar, persiguiendo sueños imposibles.

 

EL LUCHADOR

El niño grande golpea con fuerza, pero el pequeño es más rápido. Ruedan por el suelo del patio del colegio, la tierra se adhiere a la sangre de sus heridas, los compañeros de clase animan a uno o a otro según los
vaivenes de la pelea. El pequeño sabe cómo infligir daño, golpea una, dos, tres veces en el punto clave, y el otro queda tendido, inmóvil. El corro de niños se rompe en el momento en que la maestra acude presurosa y se abre paso a empujones.

Cuando crece, el pequeño sigue peleando porque no sabe hacer otra cosa. Aprende la técnica, gana en destreza, poco a poco se vuelve más ágil. Cada noche regresa con montones de billetes arrugados a casa, donde desde hace años ya nadie se alegra de verlo, y los deja sobre la mesa de la cocina sin guardarse ni uno para él. Engarza victorias una detrás de otra, pero el declive lo alcanza. En la que será su última pelea recibe un puñetazo certero en la mandíbula, nocaut que acabará con su vida instantes después de que piense con angustia en su hermano mayor, que lo espera encogido en la silla de ruedas, ajeno a todo desde aquella fatídica mañana de lucha cuando quedó tendido e inmóvil en el patio del colegio.

 

EL ARMARIO

De niños, mis primos y yo nos retábamos a ver quién aguantaba más tiempo dentro del ropero de la tía Eulogia sin desesperarse, en la oscuridad, con el cerrojo echado. Invariablemente ganaba Édgar, el hijo de mi tía. Era capaz de permanecer ahí por horas. Luego se le fue haciendo costumbre a tal punto que con el paso de los años se quedó a vivir dentro.

Mi tía Eulogia se moría de la preocupación. Tras mucho suplicar, conciliar y amenazar en vano, se resignó a que le había tocado un hijo medio loco. Cada mañana dejaba una muda limpia y un plato de comida frente a las puertas del ropero, abría el cerrojo y salía de la habitación. Entraba media hora después a recoger la ropa sucia y los platos vacíos. Nadie volvió a ver a Édgar.

Cuando tía murió supimos que tenía la llave en una cadena alrededor del cuello. Vendimos su casa con todos los muebles, incluso el armario, que nunca nos atrevimos a abrir.

 

Paola Tena. México (1980). Pediatra, escritora e ilustradora, crea historias escuchando el Réquiem de Mozart. Disfruta cultivando vegetales y boxeando. Renació en una isla en mitad del Atlántico y actualmente la domestica un gato. Ha publicado Las pequeñas cosas (Ediciones La Palma, 2017); Cordón Colorado (Ediciones Sherezade, 2020); MiniBestiario, Cuentos Incómodos, Versión no autorizada, Kit de emergencia y Fumadores (Cartonera Alebrije, 2019, 2020, 2021, 2022, 2023); y el libro de cuentos Rosa Mexicano (Ed. La tinta del silencio, 2020). Sueños guajiros (Ediciones Idea, 2024) es su libro más reciente.

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