Presentamos a continuación nueve minificciones del español Gabriel Pérez Martínez.
BORREGOS
Nos decían que tuviéramos cuidado con los lobos y que no bajásemos la guardia porque algunos se disfrazaban de nosotros. Con el tiempo aprendimos que, para pasar desapercibidos entre esos salvajes, podíamos caracterizarnos como ellos. Muchos, para disimular y no ser descubiertos en la manada, atacan a otros del rebaño. Cada vez ocurre con más frecuencia. Aunque los lobos ya se han extinguido.
AGRARIO COMPARATIVO
Sabes que guisantes de pasarme el día fumando puerros yo no era mala hierba.
Sí. He estado huerto. O más que huerto, ciénago, porque no veía que echaba lo nuestro por tierra, pero he madurado. Ya no rooibos ni estoy en el ajo y me han readmitido en la fresa de la que me despidieron (mi jefe, en el fondo, es boniato).
Ahora, mi única menta es hacerte maíz y ser el mejor papaya para nuestros hinojos. No pimiento. Y no, no pretendo invadir tu parcela… Es verdura que él parece un hombre cultivado, de buen corazón, pero me apostaría lo que filoxera a que no es trigo limpio. Te lo digo sin endivia.
Por favor, te lo riego, no me plantes. Sin ti siempre será invernadero.
SUSPENSO
Coma criminal es la que se sitúa entre el sujeto y el verbo.
FundéuRAE
«El hombre al que acaba de llevarse la muerte, tiene ya dos hijos», así comienza su redacción. Hay una coma innecesaria, pero allí solo importa que el sujeto de ese sujeto es el padre de mi alumno.
De pequeños nos enseñan que este signo se aprovecha para tomar aire, y la muerte siempre necesita un respiro, más aún si hablamos de la de tu progenitor. Debería ser obligatorio que cualquier defunción llevara tras
de sí una coma y un punto y seguido.
Más adelante, aparece la oración: «La mujer que ahora mismo ha dado a luz, es la esposa del fallecido». Mientras aquel hombre exhala su último suspiro, se convierte en padre por tercera vez. De nuevo sobra la coma,
no obstante dar a luz requiere otra pausa, sobre todo si, como en este caso, ilumina la peor oscuridad.
Pienso en el recién nacido que jamás conocerá a su padre, en el otro hermano de mi alumno, en la madre, en mi propio alumno… Aquellas dos comas para nada me parecen criminales. No opino lo mismo del destino, que sí
necesita una reescritura.
NUEVO SANTO
Al asomarme al ataúd de Jacinto, este despertó. Recordé que en su familia se habían dado casos de catalepsia, pero cuando fui a comentarlo ya era demasiado tarde. Al grito de «¡milagro!» me subieron a hombros, me llevaron a la iglesia y me colocaron sobre una peana desde la que era imposible bajar sin matarse. Horas después, vinieron a suplicarme que acabara con la sequía. Les dije que no sabía cómo hacerlo y sin embargo al día siguiente llovió por primera vez en todo el año. A modo de ofrenda, me trajeron comida para alimentarme durante un mes. Pasó una semana y de nuevo se plantaron, frente a mí, callados y con ojos tristes. Antes de que hablasen, les pedí que cogieran mi cartera del bolsillo trasero del pantalón, donde tenía la tarjeta de crédito. Con la idea de que me dejasen marchar, les facilité la clave para que sacaran dinero, y me confesaron que habían venido a rezarme para acabar con sus penurias económicas.
Hoy han vuelto a visitarme. Con gesto tranquilo, afirman que yo no soy santo de verdad… Exclamo, aliviado, que por fin se han dado cuenta. Mientras me bajan del pedestal, repiten que no me preocupe, que eso lo van a arreglar con un buen martirio.
UNO MÁS
Buscaba un pueblo escondido en la selva en el que adoraban a los rubios de ojos azules, como yo. Mis compañeros de expedición, desfallecidos, habían regresado a casa. A mí me alimentaba la fe de encontrar esa civilización donde me convertiría en un dios.
Semanas más tarde, a punto de morir por agotamiento, alcancé un río. En la otra orilla, distinguí los restos de los monolitos y las chozas que prometían los mapas. Había cientos de personas rubias y de ojos azules. Ningún rastro ya de indígenas.
ESTO NO ES UN JUEGO
De madrugada, se adentra en el bosque. Tres hombres del Ku Klux Klan lo persiguen sobre caballos pura sangre. Recuerda su estrategia cuando ganaba al escondite, divisa un tronco hueco y se mete en su interior. Espera unos minutos. Tiembla. Sale cuando sólo escucha el canto de un búho, pero no se da cuenta de que uno de los supremacistas, campeón del veoveo, está a unos metros y da la alerta. Echa a correr mientras lo llaman gallinita ciega. Lo atrapan en unos segundos al grito de «¡somos los mejores al pillapilla!». Le colocan unos grilletes, lo sientan sobre una enorme piedra y le ordenan que adivine una palabra de ocho letras para que pierda al ahorcado. «Libertad», balbucea, y los segregacionistas, riendo a carcajadas, le dicen que acertó. Se quitan las capuchas, uno saca del bolsillo polvos blancos y los esparce en el anverso de su mano. Se recrean en las tres en raya. Eufóricos, llenan el cargador de una pistola y se la dan, entre burlas, pidiéndole que juegue a la ruleta rusa. Sin embargo, practica el tiro al blanco.
EL PÉNDULO
Foucault demostró que su esfera podía estar balanceándose durante meses en distintos planos, lo que corroboraba la rotación de la Tierra.
Sucedería igual si, en lugar de la esfera, colgáramos del cuello a un hombre por el que sintiéramos el más profundo desprecio. Lo que la Física no sabe determinar es el momento exacto en el que, viendo aquello, se detendrían nuestros corazones.
Se rompen las Leyes de la Dinámica si el ahorcado es alguien a quien amamos tanto que el mundo deja de girar.
DESCARTES ONÍRICOS
Un unicornio acaba de embestirme cuando subía por la escalera de mi bloque. Ahora estoy sentado en el rellano con un agujero en el vientre; sin embargo, más que desangrarme, me preocupa que esto me lo haya hecho un animal imaginario.
No creo en la ficción: es materialmente imposible que me encuentre en esta circunstancia, a no ser que yo también sea irreal. Quizás ambos formamos parte del sueño de otro, pero estoy pensando y, si piensas, existes.
Ya solo me quedan segundos, o alguien a quien despertar.
POSTIZOS
Tras veinte años de matrimonio, Clara y yo parecíamos
hermanos que ni siquiera se pelean. Mi amigo Luis me confesó que había pasado
por lo mismo hasta que descubrieron las pelucas, y convencí a Clara para
probar. Así, de pelirroja y peinado tipo Cleopatra, se convirtió en Gloria, una
treintañera que sonreía a todas mis bromas. En la cama se mostraba ardiente y
me hacía sentir único.
De rubia, se llamaba Nieves. Para romper el tópico era
irónica y revelaba una audacia muy superior a la mía. Cuando me hablaba de T.
S. Eliot, de Pushkin o me recitaba de memoria versos de Benedetti mientras
acariciaba el glaciar de mi espalda, presagiaba los efectos del calentamiento
global. Pero mi preferida, sin duda, era Olvido, una mulata de pelo afro y
cuerpo turgente. Trabajaba como espía y ese halo de misterio me volvía loco. No
podía quitármela de la cabeza y no nos importaba manchar las sábanas con su
maquillaje corporal al hacer el amor.
Yo nunca me puse peluca ni me cambié de nombre. Una tarde, Clara me recibió con lágrimas en los ojos. Me dijo que sabía lo mío con la pelirroja, la rubia y la mulata. Me entregó una carta firmada por las tres en la que le narraban nuestras aventuras con pelos y señales. Le pedían perdón y aseguraban que ya no volverían a verme más, que estuviera tranquila. Pero lo que más me desconcertó fue que escribieran que se habían enamorado de un berlinés con rastas. Resoplé. Necesitaba ayuda y llamé a mi amigo Luis, que me respondió con acento alemán.
Gabriel Pérez Martínez. Málaga (España), 1970. Estudió Ingeniería Informática y es profesor en el IES Cánovas del Castillo de su ciudad natal. Su afición por escribir microrrelatos se remonta a 2015, cuando leyó en Internet, por casualidad, un micro de Nicolás Jarque. Ha publicado en diversas obras colectivas (en las revistas Quimera, Brevilla y Manifiesto Azul, en ¡Basta! Contra La Violencia De Género, en Esta Noche Te Cuento, así como en las antologías de las editoriales EOS Villa y TREA.
Participante asiduo del Cuenta 140 de El Cultural, ha sido finalista de varios concursos: Relatos con Banda Sonora, Relatos en Cadena (mensual), la Microbiblioteca (mensual), el Gata Negra, la San Silvestre Salmantina, el concurso Pablo Aranda, Zenda... También ha ganado otros como el de la Abogacía Española (mensual), el Wonderland de Ràdio 4 de RTVE y el Certamen Internacional Cardenal Mendoza.
Es autor del libro de microrrelatos A Marte y otras obsesiones, Mención Especial en el II Premio Iscariote al mejor libro de Microrrelatos publicado en España en 2023.