Voces de Latinoamérica

Cinco poemas de Anahí Maya

Poeta boliviana Anahí Maya Garvizu

Plantígrados presenta a continuación una selección de cinco poemas de la poeta boliviana Anahí Maya Garvizu.

 

NARRACIÓN SOBRE EL VENENO

 

Espero bajo la sombra de una roca

para transitar entre las hojas secas,

sobre la hierba tupida

al lado de los filamentos de pequeñas flores campestres.

Me gusta ir sobre el musgo de esa piedra

cuya textura es suave y extensa,

mover las pinzas y arquear mi cola

para que la luz de la luna resalte mis matices.

Me gusta ir errante

en busca del rastro de otro escorpión

aunque el bosque es cada vez más callado y vacío.  

Muchos temen mi veneno,

teman la soledad: como a una aguja atravesando el cuerpo

témanla de verdad: solo quienes la sienten

                                                                                                  y conocen

saben qué es moverse mientras quema.

 

 De El bosque tiene oídos, el campo tiene ojos. 

 

 

PLEGARIA DE UNA MANTIS

 

Quise pasar desapercibida

como un templo antiguo invadido por el musgo

sostenerme y balancearme de los tallos sin ser vista

observar el paisaje con sigilo

lo presentía: de cerca todo es confusión e insensatez

es más fácil estar entre lo verde y si el viento sopla

caer con elegancia fingiendo ser una hoja

ocuparse de los capullos algún día

y alegre, despertar con el cuerpo lleno de rocío

Una vez un colibrí me dijo:

parece que tienes un cuerpo desordenado

la cabeza sin oídos

y el corazón en el lugar equivocado

no es cierto que quisiera hacerte daño

mis patas tienen menos espinas que un rosal

probablemente busco una música que ya no existe 

porque lo que escucho retumba demasiado cerca de mi corazón 

me acerco a lo que parece un instrumento y de pronto deja de sonar. 

 

 De El bosque tiene oídos, el campo tiene ojos. 

 

TESITURAS

 

Por las grietas de mi casa son bienvenidos

los grillos que confunden las horas,

las termitas que desgastan los muebles,

las hormigas en la alacena y sus colonias en el jardín,

el abejorro entre los lirios, el ciempiés en la pared.

Las polillas ya no tienen que golpearse

en la doble capa de polvo acumulado en la ventana.

*

Al derramar mis lágrimas entre la hierba

el corazón palpita con mayor intensidad.

Comienzo a entender

que en días como estos nada se detiene

aunque las cosas sucedan con lentitud.

¡Me detengo por ti!, parecen decir los tréboles

al recibir las gotas saladas que se pierden en la tierra.

*

¿Qué buscas en esa carta de tinta azul?

El momento en que las avispas hicieron heridas en tu piel.

 

 De El bosque tiene oídos, el campo tiene ojos. 

 

 

SOLSTICIO

 

La mañana ilumina el polvo suspendido

mientras ella barre el centro del patio de tierra.

Con qué lentitud cae la polvareda

sobre las semillas de algarrobo.

 

No sabes escribir pero lees las horas

en los ojos de los gatos,

la intensidad de la tormenta

en el comportamiento de los insectos,

la fertilidad en el espacio de corteza a corteza.

 

No barras el rastro de las gallinas, abuela

conocimos la sensación de ingravidez

en el piar de un polluelo

entre las garras del sacre

que agitando las alas hacia el sur

en pocos segundos trastornó el horizonte.

 

El peso del cántaro de agua en la cabeza

es el tipo de cosas que hace ver todo diferente.

Donde sea que mires la distancia es infinita

pero te acercas al paisaje sin miedo

guiada por el sonido estridente de las chicharras

y soportas el ardor de la piel al sujetar el mechero.

 

Tú atizas cuanto en verdad importa:

la fuerza intangible con que sanas el pecho entumecido,

ordeñas las vacas cantando y con firmeza

señalas que “hay que acercarse a ellas como a todo”.

Tu voz atraviesa banda a banda en busca del caballo

y escuchas la cercanía del galope apoyando el oído en la tierra.

 

Qué extraña manera de llegar donde estamos,

poseedores de una herencia sin origen:

la piel pálida, las manos curtidas

los talones como un delta de grietas deshabitado,

lejos de ellos y lejos de nosotros.

 

Los robles se agitan en el cerro

la brisa suspende la arena

y parecen vistos tras una cortina de niebla.

La magnificencia que genera la escoba en tus manos.

Regala un poco de la oralidad de un mundo menguante

¿Recuerdas? Todo parecía música entonces.

 

 De Las estaciones.

 

 

RECUERDA TOCAR LAS RAMAS DE LOS ÁRBOLES

 

Ven y acompáñanos esta mañana

que pasa del frío a la llovizna.

Cuando despierte, ella ya no estará a mi lado.

Acércate y miremos el árbol de manzana,

el color rojo parece navegar entre la niebla

aunque las ramas están estáticas

como todo lo demás en la aldea. 

Escucha el paso de nuestro asno

sobre el empedrado que va en busca de hierba. 

*

Tengo la sensación de caer y caer

en partes minúsculas de agua

sobre el techo de paja de las casas

y filtrarme hundiendo el tumbado de lona

como si fuese un lienzo en el que dibujo

los bordes de la humedad que oculta la penumbra. 

* 

Cuando descendimos la colina ella tropezó,

la leche se perdió en el paisaje rocoso.

Tan pálida y rendida estaba

como las ramificaciones

que se extienden para ser leña.

Veo en su imagen la frescura de la flor de naranjo,

te lo dije, palpaba con sus pequeñas manos

tratando de encontrar restos de leche

como si reconociera el entumecimiento de las rocas, quizá.

Se ha ido, ¿con quién miraré

la telaraña extendida entre los matorrales?

Ahora que puedo sentarme en la litera,

¿con quién imitaré a los mirlos

cuando quiera distraer el hambre?   

 

De Las estaciones.

 

Anahí Maya Garvizu. Bolivia. Vive entre la zona rural de Cochabamba y la ciudad de La Paz. Es autora de Las estaciones (Libros del Cardo, Chile, 2018; Buena Vista, Argentina; e Isto Edições, Brasil, 2023) y de El bosque tiene oídos, el campo tiene ojos (Editorial de la Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2025), obra con la que obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Minerva Margarita Villarreal en 2024.

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